Primavera intergaláctica

Es difícil describir la emoción que sentí cuando observé por primera vez una galaxia al telescopio. Fue hace casi 20 años con un sencillo reflector tipo Newton de 114 mm, posiblemente el instrumento con el que nos hemos iniciado muchos a la Astronomía. Me faltó tiempo para dirigirlo a las constelaciones de Virgo, Leo y la Cabellera de Berenice, esas zonas del cielo oscuras y con pocas estrellas que no llaman especialmente la atención en las noches de primavera. Basta un simple barrido por estas regiones del cielo -a partir de algunas estrellas de referencia- para observar en el campo del ocular un sinnúmero de manchas difusas de luz en el límite de la percepción, fantasmales y fascinantes. Sin saber realmente lo que se está viendo, una galaxia al telescopio es algo anodino y decepcionante para quien espera ver el despliegue de luz y color de las fotografías del Telescopio Espacial. Pero esta percepción cambia radicalmente cuando se toma consciencia de lo que se observa. 

El Triplete de Leo, formado por las galaxias M65 (arriba), M66 (abajo a la derecha) y NGC 3628 (izquierda), situadas a unos 35-36 millones de años luz de nosotros. La imagen corresponde a una sola toma de dos minutos de exposición a 3200 ISO con filtro CLS antipolución lumínica (de ahí el color azulado), con telescopio refractor de 127 mm de abertura y 952 mm de focal. Esta imagen puede aproximarse a lo que veríamos a través de un instrumento ya de cierta abertura (Máximo Bustamante). 

Pongamos como ejemplo la galaxia M84, que en un pequeño reflector se aprecia como una débil luz difusa un poco más brillante en su centro. Es tan débil que no llega a excitar a los conos de nuestra retina, de modo que no apreciamos color alguno (como ocurre con la observación visual de casi todos los objetos de cielo profundo). La gran diferencia de percibir esta galaxia al telescopio a ver una fotografía del HST es que en el primer caso los fotones que estimulan los bastoncillos de nuestra retina han hecho un largo viaje desde las profundidades del espacio y el tiempo hasta llegar a nosotros. M84 es una gran galaxia elíptica situada a unos 60 millones de años luz, lo que quiere decir que su luz ha necesitado 60 millones de años para salvar la distancia que nos separa (a una velocidad cercana a los 300.000 km/s). Si nos resulta más fácil captar la inmensidad de esta cifra en kilómetros sólo tenemos que multiplicar 60.000.000 por los kilómetros que tiene un año luz (300.000 x 60 x 60 x 24 x 365), lo que nos da 567.648.000.000.000.000.000 km, cifra que se leería como quinientos sesenta y siete trillones seiscientos cuarenta y ocho mil billones de kilómetros (creo). Por más que lo intentemos no hay modo de imaginar este número, pues su tamaño es completamente ajeno a nuestra realidad inmediata. Mejor intentemos captar el abismo temporal que hay entre el momento en que tenemos el ojo pegado al ocular y el instante del pasado en que el fotón fue liberado por una estrella de esta galaxia, hace 60 millones de años. Cuando esta luz inició su viaje desde la fotosfera de una estrella (por ejemplo), la Biosfera de nuestro planeta se estaba recuperando del impacto meteórico que probablemente acabó con los grandes reptiles y que dio paso al dominio de los mamíferos. La montaña sobre la que está mi telescopio seguramente no existía y sus rocas aún eran sedimentos cubiertos por el mar que comenzaban a ser comprimidos por el choque de dos placas tectónicas. Dentro de 60 millones de años si alguien en M84 dirige su telescopio (o instrumento equivalente) a esa distante galaxia espiral que llamamos Vía Láctea, percibirá la imagen de nuestra galaxia tal y como era cuando yo estaba observando M84, pero posiblemente en ese momento futuro de mí sólo queden si acaso fósiles ya antiguos. El telescopio es una máquina del tiempo que no necesita motores cuánticos, propulsores relativistas ni navegantes en tanques de especia capaces de plegar el tejido espacio-temporal; sólo hacen falta unos cielos transparentes y oscuros para sumergirnos en el tiempo.

En la primavera boreal (o en el otoño austral) la zona del cielo en la que se encuentra el polo de nuestra galaxia alcanza la mejor posición sobre el horizonte para ser estudiada a una hora razonable. Esto quiere decir que cuando miramos hacia la región que abarcan las constelaciones de la Cabellera de Berenice y Virgo estamos mirando en dirección perpendicular al plano de la Vía Láctea y por tanto hay menos estrellas, polvo y nebulosas que impidan que llegue la luz de otras galaxias. Ni que decir tiene que para la observación visual de galaxias necesitamos cielos oscuros, es mejor disponer de una buena abertura de tubo óptico y tendremos que trabajar con oculares luminosos que proporcionen los mínimos aumentos. 

Virgo

La estrella principal de Virgo es Spica, que junto con Regulus (en Leo) y Arcturus (del Boyero) forma el que se conoce como triángulo de primavera. Es la estrella más brillante que observamos si miramos entre el Este y el Sur durante las primeras horas de las noches de abril y mayo. Parte de la constelación se puede identificar como una figura romboidal con Spica en el vértice situado más al sur y Porrima, Auva y Heze en los tres restantes. Al norte de esta figura se encuentra la segunda estrella en brillo de Virgo, la vendimiadora o Vindemiatrix

Constelación de Virgo y sus principales estrellas y galaxias

Nuestro recorrido galáctico puede comenzar partiendo de Spica hacia el oeste hasta llegar al punto que formaría casi un triángulo rectángulo con Porrima. Aquí encontraremos una de las galaxias más famosas del cielo, M104 o la Galaxia del Sombrero, una espiral que se nos muestra de canto situada a 28 millones de años luz. Al telescopio podremos discernir una banda central más oscura que aparece claramente en las tomas fotográficas. 


La Galaxia del Sombrero (M104) es una de las más conocidas de la constelación de Virgo. Está a 28 millones de años luz y su apariencia se debe a que la vemos de canto, destacando el contraste de su banda oscura sobre la protuberancia central. La imagen es de una toma con 10 minutos de exposición a 800 ISO con telescopio refractor 127/952 (Máximo Bustamante)

Otra imagen de M104 (Máximo Bustamante)

Si ahora nos dirigimos a la estrella Vindemiatrix y barremos con el telescopio el área del cielo entre ella y la constelación de Leo y la Cabellera de Berenice será difícil que no apreciemos un buen número de galaxias por el ocular. En esta región del cielo se encuentra el cúmulo galáctico de Virgo, formado por unas 1.300 galaxias situadas a una distancia de entre 55 y 65 millones de años luz. El cúmulo de Virgo es el más grande de los que nos rodean y junto al de Fornax, Eridanus y otros grupos más pequeños forman el Supercúmulo de Virgo o Supercúmulo Local. Un supercúmulo de galaxias es una estructura compleja formada por centenares o miles de cúmulos galácticos que interaccionan entre sí. Al recorrer con el telescopio esta zona del cielo estamos mirando a las regiones centrales del supercúmulo de galaxias al que pertenece el Grupo Local y por tanto nuestra galaxia. 


En la región central del Cúmulo de Virgo se encuentran las galaxias elípticas gigantes M86 y M84 (las más brillantes de la foto) a unos 56 y 60 millones de años luz de nosotros. Entre el cortejo que las rodea destacan las conocidas como Galaxias de los Ojos (abajo a la derecha) NGC 4435 y NGC 4438. La primera es una lenticular barrada y la segunda pudiera estar formada en realidad por dos galaxias en proceso de fusión. En la parte superior se aprecia NGC 4388, una galaxia espiral barrada a 60 millones de años luz vista casi de canto que además posee un núcleo muy activo. Aparte de estas galaxias se pueden contar en la imagen hasta una veintena de otras más débiles y pequeñas. La imagen es resultado de apilar 5 tomas de 420 segundos a 800 ISO realizadas a foco primario por telescopio APO 127/952 (Máximo Bustamante).

Las galaxias más destacadas del Cúmulo de Virgo que podemos observar con un telescopio de aficionado incluidas en el catálogo Messier son M49, M84, M85, M86, M87, M88, M58, M59, M60, M61, M89, M90, M91, M98, M99 y M100. 

Coma Berenices

Esta pequeña constelación se sitúa entre Virgo, el Boyero, Leo y los Perros de Caza, y está formada por una agrupación de estrellas débiles que en parte constituyen un racimo abierto. Tiene una gran riqueza en galaxias, muchas pertenecientes al Cúmulo de Virgo: M85, M88, M91, M98, M99 y M100, por citar las más brillantes. Hacia esta constelación se encuentra además el Cúmulo de Coma, formado por más de 1.000 galaxias a una distancia media de 321 millones de años luz, de modo que se presentan lo bastante débiles y pequeñas como para que su observación con telescopios de aficionado sea difícil. Una de las galaxias más famosas de la Cabellera de Berenice es M64, también conocida como Galaxia del Ojo Negro porque presenta una banda oscura en su centro que le da un aspecto característico especialmente llamativo en las tomas fotográficas. Está situada a unos 44 millones de años luz. 

M64, o la Galaxia del Ojo Negro, captada con una toma de dos minutos de exposición a 3.200 ISO con filtro CLS y telescopio refractor 127/952 (Máximo Bustamante).

Localización de M64

Esta es sólo una pequeña muestra de las principales galaxias que tenemos al alcance de telescopios modestos en las noches de primavera (u otoño en el Hemisferio Sur). La aparente debilidad e insignificancia de estas nebulosas al telescopio no nos debe llevar a olvidar su auténtica naturaleza: sistemas estelares como nuestra galaxia, con morfologías y estados evolutivos diversos, situados a una distancia de vértigo que hace que veamos una imagen del pasado. Cuanto más profundicemos en distancia, más retrocederemos hacia el origen de los tiempos

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